16/11/13

Catón, el viejo padre de las Letras latinas


Pionero. Fue el primero en escribir en latín cuando todos lo hacían en griego. Llegó a pretor, fue cónsul en Hispania y autor de numerosos textos que, por desgracia, no han llegado hasta nosotros. 

Fue uno de los políticos más influyentes de la República romana. Su dedo acusador puso en solfa la molicie a la que se habían abandonado las clases patricias tras la incorporación de provincias que surtían a la ciudad eterna de riquezas y esclavos. De carácter firme e insobornable, pasó a la Historia como el perfecto ciudadano romano. 

Marco Porcio Catón nació en 234 a.C., en Tusculum, una modesta localidad del Lacio, la Roma actual, donde vivió sus primeros años junto a su familia, de origen muy humilde. El apellido Porcio venía a resaltar que su clan había cuidado cerdos en épocas pretéritas. En cuanto a lo de Catón, parece ser que en su linaje abundaban gentes muy astutas, virtud asumida por el joven, que en un principio se dedicó a la agricultura. No era muy agraciado, la verdad, ya que su aspecto mostraba a un hombre de pelo rojizo, cara asimétrica cubierta por cicatrices y boca desdentada con manos ásperas como el pedernal. 

No obstante, su inteligencia brillaba con energía propia y la suerte quiso que un viejo senador asqueado de la vida social y política que se vivía en Roma, fuera a establecerse en una villa contigua a las tierras que cultivaba nuestro personaje. Los dos vecinos entablaron amistad y pronto el veterano patricio se percató de que su nuevo amigo era algo más que un campesino analfabeto. En efecto, Catón tenía amplias inquietudes intelectuales y leía los clásicos a escondidas de sus parientes. El senador jubilado le animó a ser letrado en Roma y el muchacho no desechó el sabio consejo viajando a la capital con la esperanza de doctorarse en leyes. Lejos del fracaso, ganó una docena de pleitos y su popularidad creció como la espuma. Al poco tiempo tenía un equipo propio de abogados, lo que le permitió alcanzar méritos suficientes para presentarse a los comicios, obteniendo el cargo de edil con 30 años. Poco después, fue elegido pretor, cargo que ejerció en Sicilia y alcanzó la gloria con su elección consular en Hispania, lugar que le catapultó a una prestigiosa fama gracias a sus victorias sobre las tribus autóctonas.

Catón fue el primero que escribió en latín para oponerse a los que lo hacían en griego. En aquel tiempo las corrientes culturales helenas invadían Roma. Muchas familias patricias, incluida la de los Escipiones, se dejaron llevar por el influjo estético e intelectual llegado de Oriente. Lo propuesto por estos círculos hablaba de un refinamiento de la sociedad, una admiración por la belleza y una apuesta clara por la filosofía vital de los grandes intelectuales nacidos en aquella tierra, esencial para las formas democráticas y civilizadas. Ante un griego, un romano parecía un bárbaro y Catón se rebelaba ante ello, por eso sus textos se publicaron en latín, lo que le otorgó el privilegio de ser considerado “padre de las letras latinas”. Poco se ha conservado de su legado escrito, sólo un tratado de agricultura y algunos párrafos de sus obras, aunque se sabe que generó una extensa obra literaria que abarcaba discursos, ensayos y, sobre todo, una enciclopedia histórica sobre los orígenes de Roma. 
Sus ideas le convirtieron en un defensor de las costumbres netamente romanas, así como un encendido detractor de las tendencias extranjeras que pudieran contaminar su amada ciudad. En ese sentido, fue probablemente uno de los primeros en percatarse sobre el pésimo futuro que le aguardaba a la República en caso de dormitar en los laureles provocados por el incesante flujo de riquezas provenientes de las provincias conquistadas. 

Catón mantuvo una forma de vida austera, nunca acumuló más patrimonio del necesario para vivir modestamente. Eso favoreció sus continuas victorias en las urnas. Es cierto que no gozaba de mucha simpatía entre la clase política y la plebe, pero todos le reconocían como un romano íntegro, incorruptible, alguien al que no se podía sobornar con dinero o argumentos banales. Su oratoria era seca y contundente, llena de ironía y sarcasmo. Advirtió, con encendidos reproches, que Roma y el universo creado por ella debían prevalecer antes que injustificados cultos a valores superficiales e inocuos. Por ejemplo, criticó con severidad, en 184 a.C., que no se pidieran cuentas a los Escipiones sobre su actuación ilegítima en tierras de Oriente. Este asunto acabó con la carrera política de Escipión el Africano, un héroe admirado y respetado por la ciudadanía romana desde su victoria sobre Aníbal. Aunque ello no fue óbice para que afirmara, de forma airada, que antes era Roma que sus héroes. 

Sin duda debió de ser alguien odioso, si bien nadie se atrevió a responderle públicamente porque en el fondo todos intuían que algo de razón llevaba. No en vano, uno de sus apelativos más populares fue el de “censor”, nombramiento que obtuvo en 184 a.C., y desde el que ejerció una presión total sobre el clima de inmoralidad que se vivía en la ciudad eterna.

El triunfo sobre Cartago en la segunda Guerra Púnica no fue suficiente para él por ver en la potencia africana a un irreconciliable enemigo. Durante años animó al Senado para que emprendiera una guerra definitiva sobre el enemigo cartaginés. El propio Catón visitó esta urbe comprobando horrorizado su resurgimiento. Finalmente, estalló la tercera y definitiva Guerra Púnica justo antes de la muerte de uno de sus mayores instigadores. Catón murió a los 85 años de edad complacido sabiendo que las legiones marchaban sobre la metrópoli norteafricana para destruirla hasta los
cimientos. Esa fue, seguramente, su última sonrisa en este mundo. 
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